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domingo, 10 de junio de 2012

Ensayo sobre Eugenio Espejo


Eugenio Espejo, su Humanismo y Humanitarismo

Si pudiese alguna Nación poner en un equilibrio muy exacto, la justa compensación de ganancias y pérdidas, habría llegado el punto más perfecto de su constitución política.
Espejo
Tanta mayor circulación de dinero, tanta mayor ventaja de los vasallos, con quienes, si están menos indigentes
y miserables constituye el estado de riqueza y felicidad.
Espejo
Tanta más cuenta a los peones, tanta más cuenta al fisco, que será satisfecho con mayor prontitud y expedición de los reales tributos.
Espejo
¿Promotor del socioagrarismo en América?
Empecemos por transcribir un precepto de honda trascendencia y significación humana que el legislador Zaratustra había dictado en su antiquísima doctrina religiosa: el mazdeísmo y cuya interpretación humanística sería el punto neural a considerar y cumplir en no importa que modalidad socialista. Decía:
"Cuando tú comas, da de comer a los perros, aunque te muerdan".
Era pues, nuestro Eugenio Espejo humanista y humanitarista íntegro, en el sentido y acepción más lato y noble de ambos vocablos. Con el primero profesaba entero culto a la Humanidad; como leal renacentista, era virtuoso a las letras humanas y por ende, sentía singular atracción por las lenguas y literaturas antiguas. Con el segundo, por su natal sensibilidad de hombre "de abajo", humilde y honesto, no era extraño, claro está, a las calamidades ajenas, y justo, tenía permanentemente puestos sus ojos y oídos de filósofo al cortejo de desdichas que aquejaban al Pueblo.
El Humanismo que, como diría Azorín, orienta al individuo hacia un especial apego o amor a la vida, a los hombres y a las cosas, encontró en el Indio Chúzhig su férvido cultor. Y los humanistas, según explicara Max Beer en su Historia General del Socialismo, fueron hombres de transición: pertenecían de consuno al pasado y al porvenir; eso es, a semejanza de nuestro biografiado. Como todo mortal de raíz y mente superiores, consideró y justipreció con altura sumas el interés humano _del soberano Pueblo- muy por encima de cualquier otro bastardo interés egolátrico; propugnó el libre examen y el uso de la razón, al modo del gran humanista Platón (La República y Las Leyes conllevan en sí el espíritu comunista); que el escolasticismo, con Aristóteles a la cabeza, es la negación de estos esenciales principios. El Renacimiento, dicho sea de paso, y con él el Humanismo y el Anabaptismo, abatieron al Escolasticismo medieval. Y también la escuela luterana, aunque de filiación anticomunista, pero de tendencias humanistas, ejerció no poca influencia.
Espejo fue humanista. Como tal, creía en la fuerza y voluntad creadora del hombre y de su inalienable derecho al disfrute, en común, de los bienes que la naturaleza nos proporciona.
Vislumbramos en él a Tomás Moro, autor de Utopía; a Rabelais, el de Gargantúa y Pantagruel; a Desiderio Erasmo de Rotterdam, autor de Exégesis y de la célebre sátira Elogio de la Locura; al poeta alemán Ulrico von Gutten; etc. a quienes hubo de leerlos con sumo interés.
Como buen humanista , reprobó el modus vivendi del impúdico clero católico, saqueador desvergonzado de los dineros del pueblo. Al igual que Erasmo, ridiculizó los vicios de la sociedad de sus contemporáneos y fustigó al disoluto clero. Erasmo y Gutten consideraban al Papa romano y la Iglesia Católica como dos tremendas calamidades de nuestro mundo y que sobrevivían gracias a la estupidez humana, a la "reina Estupidez".
Como dejamos constancia en el epígrafe del capítulo anterior: Su plataforma política, tenemos la firme convicción que Espejo -renacentista y humanista- adoctrinaba y propugnaba por un gobierno demócrata-nacional, cuasi socialista , que descansase sobre bases y cimientos igualitarios. Amparaba la paridad en el disfrute de los derechos cívicos para todos los ciudadanos, y alentaba, a la par que urgía al patrono, a mejorar las condiciones de vida acrecentando el salario al campesino y al obrero.
El pensamiento político suyo tendía hacia las nuevas corrientes sociales. Sentía marcada inclinación o apego hacia una organización social en la cual el Estado posea plena potestad de modificar las condiciones de la vida civil, económica y política, normando los derechos del individuo en bien de la colectividad. El bienestar colectivo fue su acendradra prédica cotidiana. Estimaba, que es de incumbencia del filósofo _a quien atribuye el rol de Consejero económico del País- velar por los sacros intereses de la ciudadanía.
"Pues el Filósofo _alegaba- debe estar instruido en todas las materias literarias y civiles, lleno de todas las especies que conciernen a la economía".
Podríamos catalogarlo, o encasillarlo, como un perteneciente a la escuela cristiano-socialista moderada: un socialdemócrata, diríamos. Que sepamos _pues no hace mención de ellos- no apadrinó las ideas revolucionarias del demagogo francés Francisco Emilio Babeuf _o Baboeuf- (apodado el Graco) sostenedor del babubismo, especie de doctrina comunista. Preconizó la abolición de la propiedad privada y la instauración de la República de los iguales (el auténtico engendrador del movimiento lo fue Felipe Buonarroti); ni al filósofo y sociólogo Carlos Fourier, jefe de la escuela falansteriana; ni al Autopista Claudio Enrique conde de Saint-Simón, jefe de la escuela humano-socialista, siendo sus inmediatos contemporáneos. Peor que sintiera las influencias filosóficas de los principales teorizantes y fundadores del colectivismo o comunismo científico desde Marx-Engels a Lenin, porque estos son posteriores.
En punto a filosofía político-social sí menciona como autores favoritos, y muy frecuentemente, a los celebérrimos Licurgo (el famoso legislador ateniense que proscribió la riqueza), a Platón, Arístoteles (desde luego) y Plutarco, al alemán Samuel Putendorff, al Holandés Hugo van Groot (Grocio o Grotius), al alemán Juan Gottlieb Heineke (Heineccio), el autor de Historia de Derecho Romano; también teníalos bien leídos y asimilados a Locke, Erasmo, Pascal, Bacon, Malebranche, Voltaire y a Rousseau; y contrapone a Hobbes, Maquiavelo y Montesquieu, a quienes rechaza a repulsa por pernicioso, como se verá más adelante. Muéstrasenos muy familiarizado con todos ellos, y no sería aventurado afirmar que este enjambre de pensadores _amén de los enciclopedistas franceses y de algunos Padres de la Iglesia que profesaron místicamente el comunismo bíblico e integral- ejercieron efectiva influencia en su conformación humano-socialista: la doctrina política preconizada por él.
Empero su ascendencia doctrinaria humano-socialista _sin contar con Licurgo, Platón, Pascal, etc. de su lectura predilecta más bien podríamos remontarla hasta el mismo Jesús de Nazareth -y a sus seguidores, los llamados Padres de la Iglesia: intérpretes del pensamiento socio-económico comunoide de Jesús-, quién, según los textos bíblicos fue un predicador popular que demandaba justicia social y fustigaba al potentado; a éste teníale cierta ojeriza: Primero pasa un camello por el ojo de una aguja antes que un rico entre al reino de los cielos, platicaba. A los pobres, pues, teníales especial deferencia. Por los ojos de ellos vio.
Así pues, si el Chúzhig por guías y maestros en sus concepciones filosóficas tenía a todo una pléyade de célebres pensadores socialistas, nada extraño es entonces que en el expediente incoado a su hermano Juan Pablo por su conducta política, aparezca acusado Eugenio como mantenedor y propagador de principios agrario-socialistas, de postulados que entrañan con meridiana diafanidad la humanísima doctrina o pensamiento del reparto equitativo de bienes a los pobres del mundo. Allí en ese sumario se le imputaba de:
"Haber divulgado en el pueblo de Quito que uno de los primeros postulados de la revolución que se pondría en práctica, sería el reparto de las enormes riquezas de los nobles entre la gente del pueblo "para que todos fuesen iguales" y ofrecer que también los ilimitados bienes de los Conventos de la Provincia se destinarían a fines que aproveche el pueblo en común" (Véase en la microbiografía de Juan Pablo de Santa Cruz y Espejo el compendio de este sumario que Enrique Garcés extractó).

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