Eugenio Espejo, su Humanismo y Humanitarismo
Si pudiese alguna Nación poner en un equilibrio muy exacto,
la justa compensación de ganancias y pérdidas, habría llegado el punto más
perfecto de su constitución política.
Espejo
Tanta mayor circulación de dinero, tanta mayor ventaja de
los vasallos, con quienes, si están menos indigentes
y miserables constituye el estado de riqueza y felicidad.
Espejo
Tanta más cuenta a los peones, tanta más cuenta al fisco,
que será satisfecho con mayor prontitud y expedición de los reales tributos.
Espejo
¿Promotor del socioagrarismo en América?
Empecemos por transcribir un precepto de honda trascendencia
y significación humana que el legislador Zaratustra había dictado en su
antiquísima doctrina religiosa: el mazdeísmo y cuya interpretación humanística
sería el punto neural a considerar y cumplir en no importa que modalidad
socialista. Decía:
"Cuando tú comas, da de comer a los perros, aunque te muerdan".
Era pues, nuestro Eugenio Espejo humanista y humanitarista
íntegro, en el sentido y acepción más lato y noble de ambos vocablos. Con el
primero profesaba entero culto a la Humanidad; como leal renacentista, era
virtuoso a las letras humanas y por ende, sentía singular atracción por las
lenguas y literaturas antiguas. Con el segundo, por su natal sensibilidad de
hombre "de abajo", humilde y honesto, no era extraño, claro está, a
las calamidades ajenas, y justo, tenía permanentemente puestos sus ojos y oídos
de filósofo al cortejo de desdichas que aquejaban al Pueblo.
El Humanismo que, como diría Azorín, orienta al individuo
hacia un especial apego o amor a la vida, a los hombres y a las cosas, encontró
en el Indio Chúzhig su férvido cultor. Y los humanistas, según explicara Max
Beer en su Historia General del Socialismo, fueron hombres de transición:
pertenecían de consuno al pasado y al porvenir; eso es, a semejanza de nuestro
biografiado. Como todo mortal de raíz y mente superiores, consideró y justipreció
con altura sumas el interés humano _del soberano Pueblo- muy por encima de
cualquier otro bastardo interés egolátrico; propugnó el libre examen y el uso
de la razón, al modo del gran humanista Platón (La República y Las Leyes conllevan
en sí el espíritu comunista); que el escolasticismo, con Aristóteles a la
cabeza, es la negación de estos esenciales principios. El Renacimiento, dicho
sea de paso, y con él el Humanismo y el Anabaptismo, abatieron al
Escolasticismo medieval. Y también la escuela luterana, aunque de filiación
anticomunista, pero de tendencias humanistas, ejerció no poca influencia.
Espejo fue humanista. Como tal, creía en la fuerza y
voluntad creadora del hombre y de su inalienable derecho al disfrute, en común,
de los bienes que la naturaleza nos proporciona.
Vislumbramos en él a Tomás Moro, autor de Utopía; a
Rabelais, el de Gargantúa y Pantagruel; a Desiderio Erasmo de Rotterdam,
autor de Exégesis y de la célebre sátira Elogio de la Locura; al
poeta alemán Ulrico von Gutten; etc. a quienes hubo de leerlos con sumo
interés.
Como buen humanista , reprobó el modus vivendi del
impúdico clero católico, saqueador desvergonzado de los dineros del pueblo. Al
igual que Erasmo, ridiculizó los vicios de la sociedad de sus contemporáneos y
fustigó al disoluto clero. Erasmo y Gutten consideraban al Papa romano y la
Iglesia Católica como dos tremendas calamidades de nuestro mundo y que
sobrevivían gracias a la estupidez humana, a la "reina Estupidez".
Como dejamos constancia en el epígrafe del capítulo
anterior: Su plataforma política, tenemos la firme convicción que Espejo
-renacentista y humanista- adoctrinaba y propugnaba por un gobierno
demócrata-nacional, cuasi socialista , que descansase sobre bases y cimientos
igualitarios. Amparaba la paridad en el disfrute de los derechos cívicos para
todos los ciudadanos, y alentaba, a la par que urgía al patrono, a mejorar las
condiciones de vida acrecentando el salario al campesino y al obrero.
El pensamiento político suyo tendía hacia las nuevas
corrientes sociales. Sentía marcada inclinación o apego hacia una organización
social en la cual el Estado posea plena potestad de modificar las condiciones
de la vida civil, económica y política, normando los derechos del individuo en
bien de la colectividad. El bienestar colectivo fue su acendradra prédica
cotidiana. Estimaba, que es de incumbencia del filósofo _a quien atribuye el
rol de Consejero económico del País- velar por los sacros intereses de la
ciudadanía.
"Pues el Filósofo _alegaba- debe estar instruido en
todas las materias literarias y civiles, lleno de todas las especies que
conciernen a la economía".
Podríamos catalogarlo, o encasillarlo, como un perteneciente
a la escuela cristiano-socialista moderada: un socialdemócrata, diríamos. Que
sepamos _pues no hace mención de ellos- no apadrinó las ideas revolucionarias
del demagogo francés Francisco Emilio Babeuf _o Baboeuf- (apodado el Graco)
sostenedor del babubismo, especie de doctrina comunista. Preconizó la
abolición de la propiedad privada y la instauración de la República de los
iguales (el auténtico engendrador del movimiento lo fue Felipe Buonarroti); ni
al filósofo y sociólogo Carlos Fourier, jefe de la escuela falansteriana; ni al
Autopista Claudio Enrique conde de Saint-Simón, jefe de la escuela
humano-socialista, siendo sus inmediatos contemporáneos. Peor que sintiera las
influencias filosóficas de los principales teorizantes y fundadores del
colectivismo o comunismo científico desde Marx-Engels a Lenin, porque estos son
posteriores.
En punto a filosofía político-social sí menciona como
autores favoritos, y muy frecuentemente, a los celebérrimos Licurgo (el famoso
legislador ateniense que proscribió la riqueza), a Platón, Arístoteles (desde
luego) y Plutarco, al alemán Samuel Putendorff, al Holandés Hugo van Groot
(Grocio o Grotius), al alemán Juan Gottlieb Heineke (Heineccio), el autor de Historia
de Derecho Romano; también teníalos bien leídos y asimilados a Locke, Erasmo,
Pascal, Bacon, Malebranche, Voltaire y a Rousseau; y contrapone a Hobbes,
Maquiavelo y Montesquieu, a quienes rechaza a repulsa por pernicioso, como se
verá más adelante. Muéstrasenos muy familiarizado con todos ellos, y no sería
aventurado afirmar que este enjambre de pensadores _amén de los enciclopedistas
franceses y de algunos Padres de la Iglesia que profesaron místicamente el
comunismo bíblico e integral- ejercieron efectiva influencia en su conformación
humano-socialista: la doctrina política preconizada por él.
Empero su ascendencia doctrinaria humano-socialista _sin
contar con Licurgo, Platón, Pascal, etc. de su lectura predilecta más bien
podríamos remontarla hasta el mismo Jesús de Nazareth -y a sus seguidores, los
llamados Padres de la Iglesia: intérpretes del pensamiento socio-económico
comunoide de Jesús-, quién, según los textos bíblicos fue un predicador popular
que demandaba justicia social y fustigaba al potentado; a éste teníale cierta
ojeriza: Primero pasa un camello por el ojo de una aguja antes que un rico
entre al reino de los cielos, platicaba. A los pobres, pues, teníales especial
deferencia. Por los ojos de ellos vio.
Así pues, si el Chúzhig por guías y maestros en sus
concepciones filosóficas tenía a todo una pléyade de célebres pensadores
socialistas, nada extraño es entonces que en el expediente incoado a su hermano
Juan Pablo por su conducta política, aparezca acusado Eugenio como mantenedor y
propagador de principios agrario-socialistas, de postulados que entrañan con
meridiana diafanidad la humanísima doctrina o pensamiento del reparto
equitativo de bienes a los pobres del mundo. Allí en ese sumario se le imputaba
de:
"Haber divulgado en el pueblo de Quito que uno de los
primeros postulados de la revolución que se pondría en práctica, sería el
reparto de las enormes riquezas de los nobles entre la gente del pueblo
"para que todos fuesen iguales" y ofrecer que también los
ilimitados bienes de los Conventos de la Provincia se destinarían a fines que
aproveche el pueblo en común" (Véase en la microbiografía de Juan Pablo de
Santa Cruz y Espejo el compendio de este sumario que Enrique Garcés extractó).
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